Con el Espiritismo, desde hace ciento cincuenta y dos años, llegó una luz para iluminar los caminos.

El Espiritismo no vino a descubrir nada nuevo, puesto que los espíritus y su mundo existen desde el momento que la Tierra tuvo vida humana. Pero es innegable que con él empezó el advenimiento de una enseñanza nueva, libre de toda forma oscura o simbólica y fácilmente comprensible para los más humildes.

Esta enseñanza puede satisfacer a todas las clases sociales, pero se dirige principalmente a los que padecen, a los que soportan una abrumadora tarea o penosas pruebas, a todos los que en los momentos difíciles de su vida, tienen necesidad de una fe profunda que los sostenga en sus trabajos y en sus dolores.

Se dirige también a esa multitud de seres humanos, que se han hecho incrédulos y desconfiados ante todos los dogmas y creencias religiosas, porque sienten que durante muchos siglos han sido engañados y manipulados sin ningún escrúpulo.

Ahora con esta nueva enseñanza que prueba a la luz del día, sin misterios, la realidad y la verdad de sus fundamentos, ofrece una nueva oportunidad a todos los que desengañados, aún sienten la necesidad de progreso y de encontrar un ideal nuevo que ejerza una acción regeneradora para llenar el vacío que ahora tienen.

La enseñanza espírita responde a todas las necesidades del ser humano, necesidades que ninguna otra doctrina ha podido satisfacer hasta ahora.

Con la ley de las existencias sucesivas nos muestra la justicia perfecta que rige el destino de todos los seres humanos. Con esta ley ya no hay privilegios ni gracias concedidas a cambio de donaciones. Los méritos y las virtudes adquiridas con nuestro esfuerzo y sacrificio son los únicos valores que encontramos después de la muerte.

La muerte pierde de este modo el carácter feo y aterrador que hasta ahora se le ha atribuido.

Ya no es la figura que atemoriza hasta los más valientes; su presencia nos anuncia un renacimiento, una de las condiciones indispensables para el desarrollo y engrandecimiento de nuestro Espíritu.

Todas nuestras existencias se eslabonan y forman una cadena. La muerte es el pasaje de una existencia a otra; para el hombre de bien es la puerta que se abre hacia un mundo mejor.

La enseñanza de los Espíritus Elevados, aumenta nuestro conocimiento y reafirma la elevación de nuestros sentimientos. Nos hacen mejores y más fuertes en el empeño que tenemos para conseguir nuestra transformación.

Así se revela la ley de la fraternidad y solidaridad, que deberá unir a todos los seres y a todos los pueblos; y estos sentimientos nos dan nuevas fuerzas contra los desfallecimientos, las tentaciones y los malos pensamientos.

Sin fe en el porvenir, el hombre fija forzosamente toda su atención en el presente y en los goces que éste puede ofrecer, y nunca está dispuesto a sacrificar su personalidad, sus intereses, su forma de vida, y sus gustos en provecho de sus semejantes.

Con estos sentimientos, el ser humano, se rebaja hacia un estado inferior, se deja dominar por el egoísmo, con un deseo incontrolado de conseguir bienes materiales para satisfacer sus pasiones y su orgullo.

La creencia en la inmortalidad, es el único lazo que puede unir a los hombres de buena voluntad. La duda y la negación que sufre esta sociedad, es consecuencia de preconceptos religiosos pertenecientes al pasado.

El Espiritismo nos devuelve la fe, apoyándose sobre bases nuevas e indestructibles, porque tiene una superioridad moral, porque es la doctrina de los espíritus; ella nos enseña que cualquiera que sea nuestra condición en este mundo, estemos viviendo en la miseria o en el dolor, careciendo de ventajas físicas o de brillantes facultades, nunca somos víctimas de la mala suerte, sencillamente sufrimos las consecuencias de nuestras obras; actos y hechos anteriores.

Debemos aceptar nuestra suerte con paciencia, confiando en la justicia Divina y en el amor de Dios. Con este conocimiento, el hombre comprende, por fin, el objeto de su vida; ve en ella un medio de preparación y de reparación, y deja de maldecir a su destino y de acusar a Dios.

La transformación moral es un sentimiento que cambia por completo la personalidad del ser humano y es necesaria, es imprescindible para formar parte de la futura humanidad de este planeta.

Durante nuestro tiempo se ha debatido, y aún hoy se está haciendo, sobre la necesidad de preparar a la juventud, con más recursos universitarios, más cultura y más capacitación, para poder competir y participar en los mercados internacionales: esto está bien y es necesario, pero dicha instrucción sin la enseñanza moral, es impotente y estéril.

Es necesario hacer del niño, una persona adulta que conozca sus deberes, como conoce sus derechos. No es sólo necesario desarrollar las inteligencias, hay que formar los caracteres, fortificar las almas y las conciencias.

Los conocimientos deben ser completados con las luces que iluminan el porvenir y nos marcan nuestro destino. Para formar una humanidad nueva, es necesario formar hombres nuevos y mejores. El orden social nunca valdrá más ni será mejor, si nosotros no somos mejores. Esta educación no puede conseguirse con dogmas anticuados, con doctrinas muertas, sobre creencias de superficie y apariencia que no tienen ya ninguna influencia sobre las almas.

La humanidad ya no quiere símbolos, ni dioses de madera, ni leyendas misteriosas; no quiere verdades veladas. Necesita de una creencia verdadera, sin sombras y sin misterios, y esto sólo puede encontrarlo en el Espiritismo, porque es una Religión Universal.

Esta Doctrina tiene las bases de la moral que el hombre de hoy necesita, para llevar con fuerzas y dignamente las pruebas de la vida, conocer sus causas, reaccionar contra ellas y cumplir con el deber que la ley de las consecuencias le ha impuesto para su propia felicidad.

Con este conocimiento, el hombre se siente más seguro, sabe a donde va, sabe también que una justicia sabia y justa gobierna el Universo, que todo está encadenado y que las consecuencias de cada uno de nuestros actos, buenos o malos, recaen sobre nosotros con el transcurso del tiempo.

Este conocimiento es un freno para el mal y un poderoso estímulo para el bien.

Con los mensajes de los espíritus y la comunicación de los vivos con los muertos, tenemos una visión clara de nuestro porvenir y una evidente realidad de nuestra actual existencia; sabemos la suerte que nos espera, según sea nuestra forma de vida actual.

Si el hombre sabe las condiciones de su vida futura, comprende mejor el objetivo de su actual existencia; las normas de la vida actual, se presentan y se viven de una manera diferente, si el Espíritu está interesado en un futuro mejor para él. Entonces comprende que no ha venido a este mundo, en busca de placeres frívolos, ni para satisfacer vanas e ilusorias ambiciones; comprende que su verdadero objetivo es, desenvolver cualidades superiores, corregir sus defectos y poner en práctica todo aquello que pueda contribuir a su elevación espiritual.

El estudio del Espiritismo nos enseña que la vida es un continuo combate contra las tendencias, deseos y debilidades, que nosotros mismos sentimos, por esto se dice que, sólo es vencedor el que se vence a sí mismo. Esta lucha y estas pruebas no cesarán hasta que no se consiga la verdadera transformación moral. Con este compromiso y este pensamiento, el Espíritu se fortalece y se engrandece, y con el sentimiento de esta verdad, nace en nosotros la confianza y el valor para seguir adelante, sin temer a la adversidad ni a la muerte.

Jesús dijo: “yo soy el camino de la verdad y de la vida”.

Yo tengo que decir que soy espírita, pero antes que espírita, soy cristiano, y muchas veces me he preguntado por el verdadero sentido de las palabras del Maestro, teniendo como resultado: “dedicación, esfuerzo, sacrificio, renuncia, abnegación, y un deseo predominante de seguirlo y ofrecerle mi vida”. Con este sentimiento y este deseo, se dio un cambio en mi forma de vida, esto sucedió para mi propia felicidad, hace cincuenta años.

Durante todo este tiempo he vivido momentos difíciles, pruebas dolorosas y siempre las he soportado y continuo haciéndolo porque confío y creo en Él.

Las creencias y las religiones deben ser tomadas como los peldaños de una escalera, que debemos subir para alcanzar un estado superior de conocimiento y comprensión. Por perfecto que sea este estado, llega un momento en que el Espíritu humano, en sus inspiraciones se eleva más allá del círculo de las creencias comunes, para buscar una forma más completa y elevada del conocimiento.

Con este conocimiento, con esta nueva revelación, el Espiritismo nos trae una luz para descubrir las riquezas ocultas del Evangelio, todas las joyas de la doctrina secreta del Cristianismo, sepultadas bajo el espesor oscuro de los dogmas, todas las verdades ocultas por las falsas religiones, salen de la noche de los siglos, reapareciendo con todo su esplendor. Esta luz esclarecedora, es un socorro del cielo, una resurrección de las cosas muertas y olvidadas, es una floración del pensamiento de Jesús, enriquecido e iluminado por los cuidados de los Evangelios Celestes.

Sería inútil intentar combatir o impedir esta nueva doctrina, que es inspirada por los Espíritus del Mundo Superior. Ellos nos dicen: “la voluntad de Dios es, que esta Doctrina se propague, los que se levanten contra ella serán dispersados. Ningún dogma, ni persecución, ni fuerza humana podrán impedir esta nueva Revelación, complemento necesario de la enseñanza de Cristo, anunciada y dirigida por Él”.

La Religión Universal no es limitada, como las religiones de la Tierra. En ella se reúnen todos los espíritus que han luchado y padecido por difundir la verdad. Estos espíritus, inspirados por el Maestro Jesús, son los que dirigen el movimiento que impulsa a la humanidad hacia el progreso, venciendo todos los escollos y tempestades. Ellos son los que dirigen la marcha del Espiritismo y su desenvolvimiento.

Estos valerosos espíritus, unos desde el Espacio y otros desde la Tierra, trabajan conjuntamente para abrir nuevos caminos luminosos, para que la humanidad pueda conocer la verdadera religión, que es la religión de los espíritus, la religión que nos enseñó Jesús.

Aún hay otras fuerzas en reserva, espíritus escogidos para que entren en acción en la hora de la renovación. Esta hora será precedida por grandes acontecimientos dolorosos. Es necesario que esta humanidad, sufra y padezca las consecuencias de los desatinos que ha cometido; el hombre tiene que ser herido para que comprenda su insignificancia y pueda abrir su corazón a las inspiraciones más elevadas.

La Tierra tiene que vivir sombríos días de luto, porque estallarán grandes tempestades. Soplos violentos vendrán a disipar las sombras de la ignorancia y los miasmas de la corrupción. Las tormentas pasarán, un nuevo cielo azul aparecerá y la obra divina volverá a brillar con nuevo esplendor. La fe renacerá en los hombres, y el pensamiento de Cristo irradiará de nuevo con más fulgor sobre una humanidad regenerada.

El Espiritismo es una doctrina de vida, de verdad y de luz; sus recursos morales y sus medios de consuelo son infinitos, es un ideal superior, es un pensamiento de Dios. Se apoya en la ciencia de los hechos, y se unifica con la religión verdadera, que es el Cristianismo puro, la religión eterna.

El conocimiento del Espiritismo nos enseña y demuestra, por las revelaciones de los espíritus y el estudio de los libros de la codificación espírita, que todas las almas o espíritus han de nacer muchas veces como seres humanos, en este o en otros mundos. Estas repetidas reencarnaciones son necesarias e imprescindibles para adquirir las condiciones requeridas para poder habitar más tarde en regiones superiores, dando así cumplimiento a la ley de nuestra evolución y progreso.

Con una sola vida sería totalmente imposible reunir las condiciones necesarias, para vivir en un mundo mejor. Esta es la razón el porqué tenemos que renacer forzosamente, debemos volver a esta existencia terrestre, limitada y miserable; aquí hemos contraído nuestras deudas y aquí tenemos que pagarlas.

Tenemos que grabar profundamente en nuestra mente, que el objetivo de nuestra vida no es sólo la felicidad y el placer, sino la experiencia; también tenemos que sufrir la adversidad y el dolor que son nuestros mejores maestros.

Si ofendemos o herimos nuestra moralidad, estaremos incumpliendo la ley, y esto producirá dolor y remordimiento en nuestra conciencia, que nos impedirá repetir el acto, y si no aprendemos en la primera lección, la vida nos proporcionará experiencias cada vez más duras, así sucesivamente hasta que nos veamos forzados a tomar una nueva dirección, cambiar de rumbo hacia una vida mejor, más moralizada y más en consonancia con los mandamientos de Dios.

La experiencia y los efectos de los actos que cometemos durante nuestra vida, junto con el desarrollo de nuestra voluntad, es la fuerza con la que aplicamos el resultado de nuestra experiencia.

No podemos vivir en un mundo mejor que el nuestro, hasta que no hayamos aprendido y dominado a fondo las lecciones y pasiones de la vida terrestre, para lo cual son necesarias muchas vidas, bien aprovechadas. La Tierra es una escuela para el hombre y debe volver muchas veces para tener la experiencia necesaria para dominar y controlar todos los conocimientos que ofrece nuestro planeta.

Tenemos una cadena de causas y efectos, consecuencia de nuestro pasado, que no es una simple y monótona repetición; hay un influjo continuo de causas nuevas, y justamente en ellas están las bases de la evolución de nuestro Espíritu. Por nuestro libre albedrío tenemos la libertad de hacer algo nuevo para cambiar nuestro destino. Los actos de nuestro pasado dependen del destino que nos hemos trazado; en cuanto a nuestro futuro depende sólo de nosotros, tenemos plena libertad para decidirlo.

Los recuerdos de nuestras vidas pasadas, los tenemos olvidados porque así es necesario para nuestra evolución. Pero sin embargo, ellos están registrados y archivados, en estado de memoria subconsciente y supra-consciente. Esto es sin duda alguna, una de las muchas virtudes que tiene el alma, como creación Divina y principio de toda la vida.

En el subconsciente (consciencia subliminal) es donde tenemos conocimientos y pensamientos que se remontan a nuestras existencias anteriores. Sin embargo hay y ha habido personas que recuerdan o han recordado, en diferente graduación, hasta con nitidez, escenas y situaciones de vidas pasadas.

La conciencia es también esa fuerza psíquica impelente que nos pone en guardia contra el mal, como productor de sufrimientos y nos inclina hacia el bien, como productor de felicidad y paz. Ya es hora de comprender que una vida es una experiencia más para el Espíritu; y digo esto porque la mayoría de seres humanos, aunque mueran antes de la vejez, tienen muchos lazos e intereses en la vida terrena, como si fuese ésta su única existencia. Esto les produce mucho sufrimiento, porque cuando pierden el cuerpo físico, continúan sintiendo, con las mismas necesidades y los mismos deseos; sienten una intensa necesidad de volver y proseguir con su acostumbrada vida material, de una forma perjudicial que ellos no llegan a comprender, aunque les cause muchos y dolorosos sufrimientos.

Para cada nueva vida física, el organismo material trae condiciones nuevas y un cerebro físico preparado para la clase de vida que debe llevar. El Espíritu trae al reencarnar, las virtudes y defectos, conocimientos y experiencias conseguidos anteriormente, en otras existencias, y la vida después de la muerte será la que hayamos preparado nosotros mismos a lo largo de nuestra vida actual; con nuestra forma de vida positiva o negativa, creamos nosotros mismos nuestro destino.

La resurrección de algunas religiones, supone la vuelta a la vida del cuerpo que está muerto, lo que es completamente imposible. La reencarnación, en cambio, es la vuelta del ser astral, a la vida corporal, en otro cuerpo físico nuevo, y que el mismo ser astral se acopla en él, en el momento de su gestación, para darle la energía necesaria para una nueva existencia terrenal; y esto nada tiene de común con el anterior cuerpo desintegrado en la tumba o convertido en cenizas después de la cremación.

El Espíritu ya desencarnado, cuando regresa al mundo espiritual, que es el mundo de las realidades, lleva consigo todas las experiencias y el perfeccionamiento moral e intelectual conseguido durante su única encarnación. Lleva registrado en él todo el bien que ha hecho y el esfuerzo realizado para mejorar su situación espiritual, pero también los errores y malas acciones.

Después de la muerte el Espíritu se encuentra con esta gran realidad; la paz y la felicidad si su vida ha sido ordenada y dedicada a la práctica del bien, o se encuentra con el sufrimiento y el dolor si sólo ha vivido para satisfacer sus pasiones y vicios materiales.

Debido a la supervivencia individual, no hay escapatoria posible; el momento del castigo, de la expiación y rectificación, así como el de las merecidas recompensas con paz y felicidad interior, que compensan los mayores sacrificios hechos, llegan con la infalibilidad matemática garantizada por la legislación divina que rige los destinos del Universo, ya sea en esta vida, en la vida espiritual o en una nueva existencia terrena.

Con la reencarnación, los seres que han vivido una vida sin control, abusando de todo sin respeto alguno, pueden ser obligados a renacer con deformaciones físicas, o en medio de la mayor pobreza, enfrentando un destino difícil y doloroso.

Todos nosotros, sin excepción, tenemos la posibilidad de progresar y evolucionar, sea de un modo más rápido o más lento, con ocasionales recaídas, para volver a empezar, porque la suprema justicia no permite que ningún Espíritu creado por Dios se pierda. Todos, sin excepción, nos salvaremos. La duración y condiciones del ascenso evolutivo, dependen principalmente de nuestro comportamiento y del uso que hacemos de las facultades que nos han sido concedidas para utilizar nuestro libre albedrío.

La Tierra es un inmenso taller de perfeccionamiento para los seres encarnados, cuya evolución es infinita, y en cada una de nuestras existencias temporales, las astrales como las terrenales, se escribe una página en la historia de nuestro Espíritu inmortal.

Nuestro planeta es aún un mundo nuevo, envejecido por la ignorancia que tiene la humanidad que habita en él.

En estas condiciones vivo yo, pero me siento plenamente feliz, como en un maravilloso mundo nuevo, tan real para mí como este mundo material. Dicen de mí que soy un tipo raro, un pobre chiflado y algunos hasta me llaman “el brujo endiablado”. Estas opiniones o calificaciones, me alientan para cumplir más esforzadamente con mis deberes y compromisos con el mundo espiritual, como insignificante pecador arrepentido, que desea reparar el daño cometido en su pasado, sin importarle los obstáculos, los dolores o enfermedades que tenga que enfrentar a lo largo de su vida.

Nuestra conducta, trabajo y fuerza interior, es capaz de dominar la materia, en vez de dejarnos dominar por ella, nos da fuerza moral que nos hace invencibles.

Todos nosotros podemos alcanzar este grado de felicidad, “querer es poder” porque tenemos fuerzas ocultas que podemos movilizar, para conseguir nuestro cambio interior, para cambiar de rumbo, descubrir nuevos horizontes y vivir en un mundo mejor.

José Aniorte Alcaraz

Las Verdades del Espiritismo