No es un sentimiento de hostilidad el que me ha llevado a escribir estas páginas.

No tengo ningún sentimiento de reproche contra ninguna persona que piense de diferente forma o tenga una creencia distinta a la mía, sean cuales fuesen los errores o faltas cometidas por aquellos que se escudan en Jesús y su doctrina para justificar sus faltas.

El pensamiento de Cristo me inspira y despierta en mí un sentimiento de profundo respeto y de sincera admiración, para mí es mi amigo, mi hermano, mi padre y mi Dios.

Es la imagen venerable y sagrada entre todas, es la imagen del inocente, del Crucificado del Calvario, la del Mártir clavado en el madero de la infamia, herido y coronado de espinas, que en su agonía perdona a sus verdugos.

La Iglesia Católica, presenta esta imagen con un lujo aparatoso que hiere a los sentidos, todas esas manifestaciones del arte, la pompa del ritual romano y el esplendor de las ceremonias, es como un velo brillante que oculta la pobreza de la idea y la insuficiencia de la enseñanza.

Es una demostración de su impotencia para satisfacer las necesidades del alma.

La ambición y el deseo de poder han conducido a la Iglesia por la senda de las manifestaciones exteriores y materiales.

La doctrina Cristiana es por excelencia la doctrina del amor, de la verdad, de la misericordia, de la fraternidad entre todos los hombres, de la paz y la no violencia.

Ésta es la doctrina o religión que Jesús el Nazareno nos enseñó.

Tenemos que conocer nuestra verdadera naturaleza y la ley de nuestro destino progresivo.

Es necesario extraer de la sombra de las edades y de la confusión de los textos y de los hechos de la idea maestra, pensamiento de vida que es el manantial puro, el foco intenso y radiante del Cristianismo.

Jesús nos enseñó el camino de la vida, y nos dijo que sólo siguiendo ese camino alcanzaremos nuestra redención.

El Espiritismo nos trae las pruebas naturales y tangibles de la inmortalidad, clarificando a nuestro entendimiento la vida futura y sus condiciones.

El pasado y el futuro se iluminan en sus más íntimas profundidades y por este medio regresamos a las puras doctrinas cristianas, al fondo mismo del Evangelio, que son las bases fundamentales del Espiritismo.

Aceptar la nueva revelación, la revelación del mundo espiritual no es fácil y aún así deberíamos aceptarla con alegría porque es el Consolador que nos prometió Jesús.

Esta verdad que el pensamiento humano cansado de dogmas oscuros, de teorías interesadas y de afirmaciones sin pruebas se ha dejado invadir por la duda.

Una crítica inexorable ha pasado por la criba a todas las religiones.

El manantial de la fe se ha agotado; el ideal religioso se ha cubierto por un velo, quedando sólo un fanatismo ciego.

Al mismo tiempo que los dogmas, las altas doctrinas filosóficas han perdido su prestigio.

Nuestra civilización parece brillante, pero ¡Cuántas manchas empañan su esplendor! Un pueblo no es grande ni puede elevarse más que por el culto de la verdad, la moral, la justicia y la fraternidad.

El Espiritismo no impone nada, ni influye en las creencias religiosas que cada uno pueda tener, las respeta todas pero sí que se pronuncia contra las doctrinas de negación y de muerte, y afirma rotundamente que el ser humano sobrevive a la muerte, y que él mismo crea su destino.

Innumerables hechos se están dando, ofreciendo nuevos datos sobre la naturaleza de la vida y la evolución continua del Espíritu.

Estos datos hay que interpretarlos y darlos a conocer, explicar sus leyes y sus consecuencias, para que despierten en el fondo de las conciencias las verdades adormecidas.

Cuando el hombre comprenda que la muerte no es el fin, que sólo es el principio de otra vida, que el ser pensante que da la vida al cuerpo continúa viviendo, que no muere nunca porque es eterno, cuando sea capaz de entender y creer en esta realidad, seguramente cambiará su forma de pensar y de vivir.

Ya es hora de que el hombre deje de creer en las falsedades que durante generaciones ha escuchado de los demás, sin molestarse nunca en comprobar la veracidad de ellas.

Yo desde mis primeros años de vida tenía una vocación religiosa natural.

Mis padres no practicaban ninguna religión y aún así me tenían en un colegio religioso, y por mi propia voluntad sin permiso de mis progenitores, asistía diariamente a una misa antes de entrar a clase.

Cierto día encontré en mi casa una antigua Biblia, que pertenecía a mi abuelo; yo había cumplido once años y fue entonces cuando comencé a leer la Biblia hasta acabar su lectura por completo.

La lectura de la primera parte me dejó una mala impresión, no encontré en ella ninguna santidad, sólo la historia de un pueblo violento, fanatizado y ambicioso, que no reparaba ante ningún crimen para conseguir o satisfacer sus ambiciones y un dios cruel y vengativo que les ayudaba para que exterminaran a sus enemigos.

Finalmente el Nuevo Testamento con la dulce y sublime personalidad de Jesús que nos revela un Dios Justo, Magnánimo y Amoroso que siempre perdona y nunca castiga.

A continuación surge la Iglesia Católica que dice ser la Iglesia de Cristo, fundada por el mismo Jesús y que ellos son sus legítimos representantes.

Y yo me preguntaba: ¿Cómo es posible que la Iglesia represente a Jesús de Nazaret?

Que perdonaba a los pecadores y vivía con ellos y decía: “Yo soy el buen pastor y ninguna de mis ovejas se perderá”.

“La riqueza es una traba, que detiene los vuelos del alma y la mantiene lejos del Reino de Dios”.

La Iglesia Católica hace todo lo contrario, acumula riquezas, ayuda al poderoso y manipula las palabras de Jesús para mantener un poder que no le pertenece porque en realidad no es la iglesia que fundó el Buen Jesús, y no lo es porque no cumple sus mandamientos.

El hombre de hoy tiene las condiciones para instruirse e investigar, para conocer la verdad.

Recordemos nuevamente unas palabras de Jesús: “Conoceréis la verdad, y la verdad os libertará”.

Nos libertará de la ignorancia y del fanatismo.

Todas las religiones son buenas en sus principios, los hombres después las manipulan y falsean para comerciar con ellas; y ya llegó el momento de no dejarnos ofuscar más.

El ser humano tiene necesidad de tener una creencia, una familia con total independencia.

Hay en el corazón humano tendencias y necesidades que ningún sistema negativo podrá jamás satisfacer.

A pesar de la duda que se siente, por falta de transparencia, el alma sufre y espera el momento de su libertad.

Por encima de las polémicas vanas y de las falsas promesas hay algo superior a todo esto, y este algo es la aspiración del alma humana hacia un ideal eterno, esto la sostiene en su lucha, la consuela en sus pruebas y la inspira en las horas de las grandes resoluciones.

El ideal religioso tiene que evolucionar como todas las manifestaciones del pensamiento. No puede impedir la ley del progreso que se manifiesta en todos los seres y en todas las cosas.

Las religiones dogmatizadas y envejecidas por las sombras del pasado, están agonizando.

El Cristianismo, con su pureza, disuelve todas las sombras de las viejas religiones; es la fe del porvenir, la Religión Universal, la religión de los espíritus y de la humanidad.

Es la religión de la caridad, de la tolerancia, y del amor.

Con estos postulados cesará el antagonismo que separa a la ciencia de la religión, con lo cual la ciencia será religiosa y la religión científica.

Se reconocerá las realidades objetivas del Mundo de los Espíritus, se desvanecerán todas las dudas, desaparecerán las incertidumbres y se abrirá a todos, las perspectivas infinitas del porvenir.

Jesús no fundó la Religión del Calvario para dominar a pueblos y reyes, sino para liberar a las almas del yugo de la materia y predicar con la palabra y el ejemplo.

Jesús nunca escribió nada; sus palabras escuchadas por los caminos que recorría, han sido transmitidas de boca en boca durante los primeros trescientos años después de su muerte.

Poco a poco se fue formando durante los primeros siglos una tradición religiosa popular, ésta ha ido transformándose continuamente a través de los tiempos; alejándose cada vez más de su punto de partida, realizando un poderoso trabajo de imaginación.

Durante los primeros cincuenta años, la tradición cristiana se mantiene, se vive y se enseña con toda su pureza.

Esto se realiza por los seguidores de los apóstoles, hombres humildes y sencillos pero iluminados por el pensamiento del Maestro.

Los primeros escritos aparecen entre los años 60 y 80 d.C.

Primero las de Marcos y después las atribuidas a Mateo y Lucas, y finalmente a primeros del siglo siguiente, aparece en Éfeso el Evangelio de Juan.

Estos Evangelios, haciéndole algunos retoques fueron los únicos aceptados por la Iglesia, a pesar de existir un número mucho mayor; que fueron declarados apócrifos, y aún estos cuatro evangelios, la Iglesia no encontró a los autores de estos evangelios, por esto se dice: Evangelio según…¿Por qué fueron rechazados los otros documentos evangélicos, declarados apócrifos y herejes?

Su contenido desmentía los argumentos que estaban utilizando aquellos que en el siglo III imprimieron y dieron al Cristianismo un rumbo que se alejaba cada vez más de sus prácticas iniciales, y los que continuaron practicando y creyendo en los enseñamientos del Maestro, fueron declarados herejes, perseguidos y desterrados.

Rechazaron las prácticas cristianas declarándolas herejía, para crear tres grandes religiones en las cuales el pensamiento de Cristo está oculto, sepultado como en una tumba bajo los dogmas y las prácticas anticristianas.

Los primeros apóstoles enseñaban la paternidad bondadosa y amorosa de Dios y la fraternidad humana.

Imponían la necesidad de reconocer nuestras faltas y repararlas.

Así nació una moral y una enseñanza que atraía numerosos seguidores alrededor de los discípulos de Cristo.

En aquella época todos los apóstoles, a excepción de Juan y Felipe habían muerto.

La unión de los cristianos todavía era muy débil.

Formaban pequeños grupos separados unos de otros y se les conocía con el nombre de iglesia, dirigidas por un obispo nombrado por ellos mismos.

Cada iglesia tomaba sus propias decisiones y sólo tenían para orientarse algunos manuscritos, sin saber quien los había escrito, que resumían, con más o menos claridad los actos y las palabras de Jesús que cada obispo interpretaba según su entendimiento.

Así surgieron nuevas corrientes y confusas doctrinas que fueron bien aceptadas por algunas comunidades religiosas, despertando la ambición y el deseo del poder de sus obispos, que sin ningún escrúpulo, mancharon la pureza del Cristianismo.

Los apóstoles fueron recorriendo el pequeño mundo de entonces, y de ciudad en ciudad fueron formando grupos de cristianos a quienes les revelaban los principios fundamentales del Cristianismo.

Los Evangelios, escritos en una época difícil, se acentúan con las diferentes interpretaciones que cada iglesia da a los escritos que ella tiene.

Grandes disputas dogmáticas empiezan a dividir el mundo cristiano y provocan enfrentamientos sangrientos; es entonces cuando Teodosio da supremacía al papado imponiendo la autoridad del obispo de Roma.

Así quedó reprimido el pensamiento creador de otras corrientes religiosas.

Ya se había discutido y aprobado en el Concilio de Nicea del año 325, sobre la naturaleza de Jesús, y aún así unos admitían y otros rechazaban su divinidad.

Es en el año 384 cuando el papa Dámaso le confía a S. Jerónimo la misión de ordenar y traducir los Evangelios.

Este trabajo presentaba grandes dificultades; había tantas versiones como copias. Él estaba verdaderamente aterrado ante la responsabilidad que le había dado el papa.

La infinita variedad de textos le obligaban a elegir y a profundas modificaciones.

San Jerónimo escribe al Papa así: “Queréis que, en cierto modo, yo me elija como arbitro entre los ejemplares de los Evangelios que están dispersos por todo el mundo y como difieren entre sí, que yo distinga aquellos que tienen más autenticidad. Realizo este trabajo porque Vos que sois el Soberano Pontífice, me ordenéis a hacerlo; y porque la verdad no puede existir en cosas que difieren, aún cuando tuviesen en su favor la aprobación de los malos. También sé que me acusarán de falsario y sacrílego porque me habré atrevido a añadir, a corregir y a cambiar algo de lo que ya estaba escrito”.

Esta traducción que debía ser la definitiva fue sin embargo, modificada en diferentes épocas por orden de los pontífices romanos.

En el año 1546 se aprobó una nueva religión en el Concilio Ecuménico de Trento, que fue declarada errónea por Sixto V en 1590. Después fue corregida nuevamente por Clemente VIII.

Y esta nueva edición es aún la que hoy está en uso.

Después de tantos retoques e interpretaciones no han podido oscurecer los textos primitivos de los evangelios.

La palabra de Cristo resplandece en ellos poderosamente, toda duda desaparece ante la irradiación de su personalidad sublime.

En ellos se revela la presencia de un gran Espíritu; en la pureza de sus enseñanzas, unida a la belleza moral y al amor bondadoso que siente por la humanidad; esta conducta sólo puede ser obra de un enviado celestial.

En todos los siglos han existido hombres que iluminados por una luz interior han luchado y dado su vida por dar a conocer la verdad, por apartar el ideal cristiano, de las sombras acumuladas a su alrededor.

Iluminados por una Chispa Divina estos hombres y mujeres han enfrentado todas las acusaciones, todos los suplicios, para afirmar y revelar lo que ellos creían ser la verdad.

Su heroísmo les costó la vida y hoy desde el Espacio sostienen e inspiran a los que luchan por esta causa.

Gracias a este esfuerzo heroico las tinieblas empiezan a disiparse y ya despunta la aurora del Cristianismo Universalista.

Cristo quería que el Reino de Dios y su justicia se practicara en este mundo, y ese fue el ideal de los primeros Cristianos, pero los obispos, de humildes adeptos, de modestos vigilantes que eran en un principio, se convirtieron en poderosos autoritarios.

Así quedaron constituidas las bases de la Religión Católica Romana, ellos pusieron la luz debajo del celemín, con lo cual la luz se apagó.

El pensamiento profundo y cristiano desapareció.

Los símbolos materiales tuvieron gran relevancia, y con esa oscuridad fue mucho más fácil gobernar a las multitudes.

Se dejó de explicar las verdades del Cristianismo, para dejar a las masas sumidas en las sombras de la ignorancia.

Se persiguió como herejes a los pensadores; a los investigadores sinceros que se esforzaban por recuperar las verdades perdidas.

Con la caída del Imperio Romano, el mundo quedó sumido en las tinieblas, cada vez más densas.

La creencia en Satán, en el Infierno y las aterradoras amenazas que continuamente hacía la Iglesia, influyeron mucho en la fe cristiana.

La religión del amor predicada por Jesús, fue reemplazada por la religión del miedo y las penas eternas, y el verdadero Cristianismo fue oscurecido por unas creencias supersticiosas, muy lejanas de la realidad y del mensaje amoroso del Nazareno.

Con la llegada del Consolador Prometido, que es una nueva revelación, científica, filosófica y religiosa, el Espiritismo viene a disolver las sombras que durante siglos han oscurecido la doctrina de Jesús: la doctrina de los espíritus es la misma, es la doctrina del amor.

Con el Espiritismo llega la luz y las sombras del misterio desaparecen; el mundo de los espíritus abre sus puertas y se comunica con nosotros, el Más Allá nos revela con pruebas que la muerte no existe, y nos dice: “no os engañéis el mundo de la verdad y de la vida que piensa y siente, está aquí, éste es el mundo verdadero. No hay misterios porque la reencarnación lo explica todo”.

La ley de la reencarnación está expresada en varios pasajes de los Evangelios. Debe ser considerada bajo dos aspectos diferentes; la vuelta a una nueva vida de los espíritus en vías de perfeccionamiento y el regreso de espíritus para cumplir una misión.

En su conversación con Nicodemo Jesús se manifiesta así: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios, Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer? Responde Jesús: de cierto te digo que el que no naciere de agua y espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios.

Lo que es nacido de la carne, carne es y lo que es nacido del Espíritu, Espíritu es. No te maravilles de lo que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere y oye su sonido; mas ni sabes de donde viene ni a donde va; así es aquel que es nacido del Espíritu”.(San Juan 3: 3 al 8).

Y Jesús añade estas significativas palabras:
¿Eres Tú Maestro de Israel y no sabes esto? (Juan 3:10).

Este pasaje demuestra claramente que Jesús, estaba hablando de la reencarnación, ya enseñada por el Zohar, libro sagrado de los hebreos.

El aire, que sopla de donde quiere, es el alma que elige un nuevo cuerpo para una nueva vida, sin que nadie sepa de donde viene y a donde va.

En la cábala hebraica, el agua era la materia primaria, el principal elemento de la vida.

Elías había reencarnado nuevamente en la Tierra como Juan el Bautista, Jesús lo afirma así dirigiéndose a la muchedumbre: “Pero ¿Qué saliste a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo y más que profeta… Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir. El que tenga oídos para oír que oiga”. (Mateo 11: 9, 14 y 15).“Entonces sus discípulos le preguntaron: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero?

Respondiendo Jesús dijo: A la verdad, Elías viene primero y restaurará todas las cosas. Mas os digo que, Elías ya vino y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron.

Así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista”. (Mateo 17:10 al 13).

El Espiritismo no es una superstición, es una ley de la Naturaleza. La comunicación de los espíritus con los seres humanos, siempre ha existido. Encontramos pruebas evidentes en los antiguos escritos de Egipto, India, Grecia, y en la Biblia, Samuel, Jacob, Moisés y Hechos relevantes en el Nuevo Testamento, como bien acabo de relatar.

Con el advenimiento del Espiritismo, codificado por Allan Kardec en seis maravillosos libros, publicados desde el año 1857 al 1868, y dictados por espíritus de gran elevación, se acaban todos los misterios.

El Más Allá abre sus puertas y su luz se expande por todo el mundo. Los muertos de aquí, son los espíritus de allí que continúan viviendo.

El mundo espiritual es un mundo real que vive y se agita alrededor nuestro, en él no existe ni los demonios ni sus infiernos; tampoco existe un cielo donde un dios se sienta en su trono para gozar con sus elegidos.

El mundo espiritual es claro y transparente, el cielo y el infierno es una creación nuestra y nos acompaña siempre porque está dentro de nosotros, somos felices o sufrimos las penas del infierno según nuestro comportamiento, y esta situación permanece hasta que se produce en nosotros un verdadero cambio; y para esto hace falta vivir otras existencias para poder rectificar nuestra conducta y remediar el mal que anteriormente hemos hecho: así queda claro que la reencarnación existe, que es necesario y que es una ley de la Naturaleza.

Desde el siglo III los dogmas impuestos por la Iglesia fueron un desafío impuesto a la razón, un oscurecimiento de las enseñanzas de Cristo.

Los cristianos aconsejados y dirigidos por los espíritus entraban en lucha abierta por ellas. Interpretaban los Evangelios con una amplitud de miras que la Iglesia no podía admitir sin arruinar sus intereses materiales.

Muchos se convertían aceptando la ley de vidas sucesivas, a la que Orígenes llamaba penas medicinales, castigo proporcionado a las faltas del Espíritu, reencarnado en nuevos cuerpos para redimirse de su pasado y purificarse por medio del dolor.

Esta doctrina enseñada por los espíritus, y sobre la que Orígenes y varios padres de la Iglesia la encontraban en la Escrituras y estaban más de acuerdo con la misericordia y justicia de Dios.

Esta doctrina de esperanza y de amor, no le interesaba a los jefes de la Iglesia, ellos querían imponer la doctrina del miedo, del terror al pecado y a la muerte. Querían establecer sobre bases sólidas la autoridad del sacerdocio, porque si el hombre podía redimirse por sí mismo, ya no tenía necesidad del sacerdote.

La Iglesia atemorizada resolvió poner término a esta lucha, sofocando el movimiento espiritualista, impuso silencio a todos ellos, que con objeto de espiritualizar al Cristianismo, afirmaban ideas cuya elevación la aterraba.

La Iglesia llegó a declarar que todas esas ideas eran inspiradas por el demonio. Afirmó desde lo alto de su cátedra que sólo ella era la única revelación, perpetua y permanente.

Todo lo que no salía de ella fue condenado y maldecido.

Hubo un momento en el que pudo creerse que la doctrina de Jesús iba a prevalecer sobre las tendencias del misticismo judeo-cristiano e impulsar a la humanidad por la amplia senda del progreso hacia las elevadas inspiraciones del alma.

Pero los hombres interesados en seguir los enseñamientos del Maestro, eran una minoría en los Concilios.

Otras doctrinas se adaptaron mejor a los intereses materiales de la Iglesia, y fueron fortalecidas en aquellas célebres asambleas, cuyo objetivo principal fue inmovilizar y materializar la religión.

Con el apoyo de los pontífices romanos, la Iglesia levantó el andamiaje de extravagantes dogmas que nada tienen que ver con los Evangelios.

Así construyó el sombrío edificio donde encerró el pensamiento humano. Esta construcción maciza que ha mantenido engañados a los católicos del mundo empezó en el año 325 con el concilio de Nicea y ha terminado en 1870 con el último concilio de Roma que reafirma la existencia del pecado original, la infalibilidad del Papa y la Inmaculada Concepción.

Este es el resultado de las pasiones y de los intereses materiales que entraron en acción en el mundo cristiano después de la muerte de Jesús.

La noción de la Trinidad tomada de una leyenda hindú que era la expresión de un símbolo, vino a oscurecer y materializar la idea sublime de Dios.

La inteligencia humana rechaza la idea de que tres seres se tengan que unir para construir un solo Dios y menos aún que Dios, el Ser Increado y creador de todo lo que existe, tenga que manifestarse en forma humana en este insignificante planeta.

La Concepción Trinitaria, tan oscura y tan incomprensible, tenía una ventaja para la Iglesia: le permitía hacer de Jesucristo un dios, le daba así, a quien llama su fundador, una autoridad, un prestigio que se reflejaba en ella y aseguraba su poder.

Este es el motivo de su adopción por el concilio de Nicea, después de las discusiones y perturbaciones que agitaron a los espíritus durante tres siglos. Las discusiones no cesaron hasta la proscripción de los obispos arrianos, ordenada por el Emperador Constantino y el destierro del Papa Liborio, que se había negado a aprobar la decisión del Concilio.

La divinidad de Cristo, rechazada anteriormente, quedó finalmente proclamada en Nicea en el año 325, en estos términos: “La Iglesia de Dios, Católica Apostólica Romana, anatematiza a aquellos que dicen que hubo un tiempo en que el Hijo no existía o que no existía antes de haber sido engendrado”.

José Aniorte Alcaraz

José Aniorte

Las Verdades del Espiritismo